De Juan Rulfo
A veces la ficción es muy ajena para mí. Bueno, en realidad me refiero a la ficción hegemónica que nos importan del norte. Como el cine es nuestro principal medio para consumir ficciones, y como el cine se rige bajo las condiciones del mercado, es muy común terminar con una visión muy cutre del mar de posibilidades que la ficción nos brinda.
Termino centralizado y con unos lentes que– después de un millar de películas de Hollywood vistas– descubro que no reflejan casi nada de mi realidad.
Todos sabemos que el cine anglo a veces (o muy seguido) puede terminar por ser repetitivo y monótono; pero mi asqueo se acentúa cuando vislumbro que muchas películas vienen empaquetadas con ideología o con un estilo de vida que se pretende vender.
Pero bueno. Yo creo que por eso leer a Juan Rulfo me resultó tan agradable, tan fresco.
Tal vez nunca hubiera podido pensar que leer sobre pueblos solitarios –sobre arrieros y patrones; familias pobres y exrrevolucionarios; caudillos y, en especial, los dulces y detallados paisajes que Rulfo pinta con delgada brocha y única sensibilidad🚬 – pudiera ser refrescante.
Rulfo narra a su vez como un local que como un observador aparte, ajeno.
Se me hace tan bonito y desolador el mundo que pinta. Tan realista y fantástico a la vez. Especialmente familiar.
Sus personajes hablan como personas que conozco; tienen una relación cercana a la muerte, a la pobreza, la carencia y el dolor.
Paisajes grises pero no por eso menos brillosos. Olores a caca de caballo, a tierra. Olores de esos de los que nadie escribe, de los colores que no salen en la tele pero yo veo a diario.
O no sé… solamente me gusta mucho.
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