Mi experiencia con los domingos
RECIENTEMENTE CUMPLÍ LA MAYORÍA DE EDAD EN ESTE PAÍS, finalmente soy un ciudadano con obligaciones reales y con un temor a Hacienda aún más real (gracias, Estado mexicano por tu excelente educación financiera, por cierto). Es por lo anterior que, como todo buen chiavo que por fin se empieza a sentir con la suficiente experiencia en cualquier tema (sea cual sea) para poder contar anécdotas con fines didácticos y proveer al resto de alguna reflexión de valor procedente de mi ‘larga’ carrera en este juego llamado vida, ahora les voy a contar de mi increíblemente interesante experiencia con el peor día de la semana.
También hace muy poco leí un par
de ensayos de Ignacio Helguera y Carlos Miranda acerca del mismo tema, los
domingos, que me llevaron a escribir esto. Y como al empezar a practicar un
arte (en este caso la escritura) uno inevitablemente siempre cometerá el error
de tomar prestados demasiados elementos de las personas que uno admira en dicho
arte, quiero, de una vez, hacer explicito que esto que escribo está
inspirado/copiado de las obras de Helguera (la puedes leer aquí) y Miranda. Por ello mismo, y debido a que este texto es más un comentario acerca
de otros textos que una obra en sí misma, te invito a poner en los comentarios
tu experiencia y opiniones sobre este pernicioso día; esto es un blog lúdico,
no un club de fanáticos eruditos de la pintura hecha en calzones.
No sé muy bien cómo empezar… pero
por el amor de Dios, ¡Hay una canción de los Strokes que literalmente se llama Why
are Sundays so depressing?! Muy buena, baitewey. Después de meditarlo un
poco, creo que lo mejor que podría hacer es comenzar con mis traumas infantiles:
La tarea
No sé por qué, pero siempre fui
muy pendejo, nunca supe administrar en lo más mínimo mi tiempo y todo lo dejaba
acumular para el domingo en la noche. Uno podría argumentar que esto no tiene
nada de malo realmente, que de hecho esto es beneficioso en tanto te permite
trabajar bajo presión y con un sentido de responsabilidad por terminar lo antes
posible; pero yo nunca desarrollé la habilidad de hacer un cartel en una
cartulina de ½ a las 10 de la noche en domingo mientras escuchaba de fondo las
risas de mi familia disfrutando los últimos rayos de descanso que serían
bruscamente encubiertos por la llegada del lunes.
En esos fallidos intentos de acabar con mis deberes de la manera más eficiente posible, entraba en un círculo vicioso en el que contraía una aguda ansiedad sobre el día siguiente, en el que, por no haber hecho mi tarea, mi maestro (a) en turno me miraría decepcionado y me dibujaría una carita enojada en mi libreta; pero esa misma ansiedad me imposibilitaba para hacer la puta tarea, que sería mi pase de salida de mi malestar, pero la ansiedad del futuro día siguiente encerraba mi mente en todas las maneras en las que todo podría salir mal: ¿y si cuando acabe el cartel se le cae el vaso de Coca encima y tengo que empezar de nuevo? ¿y si en el taxi de ida dejo la cartulina en el coche? ¿y si copié mal la tarea del pizarrón y estoy haciendo todo mal y quedo como pendejo y el maestro me pone como ejemplo de cómo no ser y me bajan los pantalones mientras hay niñas viéndome?1
Diosito y yo
Ese día también disfrutaba de mi
misa dominical, me instruyeron como un católico respetable, y yo usaba mi
colección de santos para pedir al todopoderoso que me echara la mano en los
exámenes, que no se me muriese nadie y cosas por el estilo; que me disculpe por
ver porno en internet el otro día, le juro que fue un anuncio encimoso, yo sólo
quería ver los nuevos capítulos de Steven Universe y no sabía qué era un
Ad-block, luego le guiñaba un ojo al santo.
El ocaso
Pocos momentos tan tristes
recuerdo de manera tan lúcida como el periódico intervalo de tiempo semanal en
el que tenía que volver de casa de mi abuelita a mi aburrido hogar. Mi papá o
mi mamá me separaba de mis primos y me metía al auto como si hubiera robado un
banco y me llevaran al reclusorio. Los cuatro nos quedábamos bien calladitos en
todo el trayecto, resentidos con la vida por hacernos volver a la rutina, todos
encerrados en nuestro mundo, proyectando todo lo que nos esperaba en la semana
y exhalando con ese tono gris y achicopalado que caracteriza a las tarde-noches
de los domingos.
El presente // Adiós
Han pasado ya una cantidad considerable de años desde que lo que acabo de narrar, ahora ha dejado de ocurrir. En una especie de negociación conmigo mismo, decidí que prefería ser un nerd a vivir con ansiedad el resto de mi vida y comencé a hacer la mayoría de mis tareas a tiempo; eventualmente usé un poco la cabeza y dije “a chingá, y si ese barbón es igual de real que Santa Claus”, en esa edad estaba muy de moda hacerse ateo y decir que la ciencia era bien chida cuando ni siquiera sabía resolver una ecuación lineal de un solo término; finalmente comencé a aceptar la condición del domingo, comencé a dejarme llevar por la corriente y dejé de hacerle caras feas a este día de descanso obligatorio2, donde no hay nada que hacer, ni siquiera nada interesante que pensar. Sin embargo, la paz no es eterna y hoy, domingo, que mi aburrimiento y sufrimiento han llegado a un nivel no visto en años, mi condena es tan horrible que imagínense lo terrible de ella que lo único que me libraría de la pena de vivir en domingo, es escribir acerca de la pena que es vivir en domingo.
1. Esto efectivamente pasó, pero años más tarde en primero de prepa. Chinga tu madre Oscar, Osvaldo, Sergio, o como te llames, mierda. Y una disculpa a las damas del grupo 4 que me vieron en calzones, y sin pintar.
2. Como lo llama Helguera en ¿Qué hacer con los domingos?
Los domingos son para viciar fornais
ResponderEliminarbien dicho
EliminarYo cuando estaba peque, terminaba haciendo mis tareas por la noche y lloraba pq mi mamá me regañaba con un "¿Pq no me pidiste la plastilina antes?"
ResponderEliminarYo también llegué a llorar por eso :'p
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