Historia de Lupe, Licenciada en el arte de pisar arañas (cuento corto)
Las jardineras estaban llenas de abejas, cochinillas, uno que otro tazo con la imagen ya rayada y bolsas vacías de Astridix, por debajo siempre había telares de telarañas dejadas por arañas patonas. Los niños, por repulsión o por la intención de querer mostrar valentía, las pisaban con todas las fuerzas que cargaban sus zapatos llenos de tierra. Uno de esos días en los que miraba a mis compañeros pisar insectos de ocho patas me fue imposible no notar a una niña que los veía con una mofa incesante en su rostro. Algo se metió dentro de mí, algo extraño y que nunca había sentido, que cuando menos lo noté, ya estaba a una regla de distancia de aquella muchacha. No fui yo, yo no era yo, pero de mi boca emanó algo así como:
- ¿Cómo
te llamas?
Nunca me había temblado la voz,
siempre fui un niño del montón, nunca me definieron como tímido o extrovertido,
simplemente un alma más aprendiendo las tablas de multiplicar. Pero ese día, al
estar plantado frente a alguien que se atrevía reírse de los niños que
pretendían mostrar masculinidad justo en sus caras, ese día comprendí a mi Ma
cuando me pedía que fuera por una Coca porque se le había bajado la presión;
comprendí la necesidad de un bolillo en mi paladar por primera vez.
- Queti
– dijo ella
Después, me
sacó la lengua y se fue.
Cuando se fue, yo volví a ser yo,
y tenía una extraña necesidad de seguirla y de decirle algo, lo que fuera. Sin embargo,
recordé, recordé que en esos 8 años de ser y estar en esta tierra nunca había
hecho nada notable, nada que no me pidieran hacer esas gentes más altas que yo.
¿Y por qué iba a ser esta la excepción? Dejé pasar el resto del día hasta que
volví a mi casa, hice mi tarea, vi La Hora Pico y dejé a mi cama hacer el resto
del trabajo. De pronto abrí los ojos: ya eran siete y media, pero la cama
estaba recalientita y afuera el frío se mantenía predominante. Por fuerzas
externas (los sapes y jalones de mi Ma) al fin llegué de nuevo a esa prisión a
la que nos llevan a memorizar números que ni sé pa que sirven. Pasaron las
primeras 3 horas y salimos todos como ovejitas de nuevo al patio, me planté
enfrente de la jardinera, de nuevo vi a aquellos, de espaldas, pisar a las
arañas, y de repente, me encontré con la única obligación de gritarles:
- ¡Dejen
a esas cosas en paz! ¡pinches babosos!
Y sentí algo que tampoco había
sentido nunca, cerré los puños sin darme cuenta, las venas se me salían de la
cara y jamás había transpirado tanto desde esa vez que nos pusieron a darle 50
vueltas a las canchas. Cuando terminé de dictar mi oración sentí un orgullo en
mi persona, sentí una misteriosa satisfacción de imaginarme las miradas que se
me venían, de las niñas que se me iban a acercar por valiente, de los gritos de
la maestra y su saliva llegar a mi cara de tanta cosa que diría en mi contra;
me imaginé a esa niña que días después supe se llamaba Lupe, me imaginé con
ella contándole mi historia, contándole de la vez que me armé de valor para
enfrentar a esos mocosos que solo acababan con la fauna de la escuela, me
imaginé su cara emocionada al escuchar mi discurso y me imaginé a ella
transpirando por mí, que dejara de ser ella por mí y que se le metiera algo
extraño que nunca había sentido, por mí; cuando terminé mi breve fantasía,
tenía la sonrisa más pronunciada que había tenido jamás.
Volví a la realidad, volví a ser
y estar, y los niños que estaban pisando las arañas finalmente se voltearon, y
ahí estaba ella: Lupe, entre ellos. Supongo que en realidad se estaba riendo de
las arañas y no de los niños.
-nalA
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